Un artículo de Charles Philbrook respecto a la crisis norteamericana y la crisis en los bancos europeos. La regulación no era la salvación de la economía mundial.
Una de las dos causas de esta crisis (no una ni tres), afirma la izquierda económica, se encuentra en la desregulación del sistema financiero que Ronald Reagan, ex presidente norteamericano, emprendió en los ochenta -siendo la otra el capitalismo en sí - sin embargo, como todo lo que viene de aquel lado del espectro ideológico debe ser cuestionado (después de todo, no son pocos los socialistas que aún creen en las barbaridades de Fourier, como que la abolición de la propiedad privada llevará a la inmortalidad del hombre y a convertir en limonada el agua salada de mar), la primera observación podría ser la siguiente: si en la desregulación yace una de las causas de esta crisis, por qué a mayor regulación mayores parecen ser los problemas. La banca europea - como se verá líneas abajo - se encuentra en peor situación que la norteamericana, y la banca china enfrenta un potencialmente peor escenario que el europeo. (Standard & Poor calcula que la cartera pesada del sistema bancario chino podría alcanzar un monto total equivalente al 50% del PBI nominal.) Y aun dándoles el beneficio de la duda a estos discípulos de Fourier, si todo el caos financiero fuese consecuencia de una insuficiente regulación, ¿cómo explicar, entonces, el rotundo fracaso del experimento soviético, donde todo era controlado, hasta el aire que se respiraba?
“Dadme una palanca…”
Ahora bien, nada de lo dicho hasta el momento tiene sentido si no se explica en qué consiste el “apalancamiento financiero”, y cómo éste tiene agarrado del cogote al mundo. Veamos: todo banco, por cada dólar de patrimonio (o pesos o la unidad monetaria que se elija), puede crear diez dólares en activos, en préstamos. Esta relación de diez a uno, entre los activos y el patrimonio, es el apalancamiento. Y esta relación se rompe cuando se dan pérdidas en el patrimonio o en el valor de los activos. Supongamos, entonces, que el banco ABC tiene un millón de dólares en patrimonio y diez millones en activos, y que la tasa de interés que paga por depósitos es 5% mientras que la tasa que cobra por sus préstamos es 9%. Esta diferencia de 4% entre una y otra tasa es el “spread”, que multiplicado por los diez millones en activos le genera al banco una utilidad de 400,000 dólares. Pues bien, supongamos ahora que ABC tiene una pérdida de 500,000 dólares, la cual borra sus utilidades y reduce su patrimonio en 100,000 dólares. Esta pérdida patrimonial implica que, a fin de mantener el apalancamiento financiero en su nivel inicial (por razones de regulación), los activos (los préstamos) se deben reducir en un millón de dólares (diez veces la pérdida). Si la reducción crediticia es grande la economía entra en recesión, y si es gigantesca - como que todo apunta hacia eso - el cuerpo económico entra en convulsiones que acaban en síncope…, y a eso se le sigue llamando “depresión”.
Son dos, entonces, los problemas que enfrentan los bancos europeos: el nivel de apalancamiento - con su correlato crediticio - y el tamaño sobredimensionado de éstos en relación a sus países de origen. Tres de los bancos más grandes, Deutsche Bank, Barclays y UBS, cuentan con ratios de apalancamiento de 83, 42 y 48 a uno, respectivamente. Esto implica que si el valor de los activos en cualquiera de estos bancos cayera en “sólo” 2%, el patrimonio se reduciría a cero (quebrados). Rápidamente tendrían que ver la manera de realizar aportes de capital, reducir sus colocaciones u obtener alguna forma de rescate financiero en su país de origen. Pero esto último queda descartado desde el momento que son demasiado grandes en relación a éstos. Los pasivos de Deutsche Bank, por ejemplo, equivalen a un 80% del PBI alemán. Los de Fortis, a un 200% del PBI belga. Y Barclays, un gigante inglés, tampoco se queda atrás, con pasivos que alcanzan el 100% de la economía inglesa. Queda claro que cualquier rescate debe venir, o por el lado del Banco Central Europeo (BCE), o por una asociación de países. El BCE, sin embargo, de acuerdo al Tratado de Maastricht, está prohibido de participar en rescate financiero alguno, y la segunda opción sólo es viable siempre y cuando el contribuyente alemán esté dispuesto a tirarle un salvavidas al contribuyente inglés, o el francés al belga, o el español al portugués. (o que los cinco últimos se tiren al primero - pero eso ya escapa a los alcances del rescate -.)
Si esta crisis fuera un partido de fútbol estaríamos en los cincos minutos del primer tiempo. ¡Cinco minutos! Y ya el Leviatán europeo (el gran Estado) ha corrido y sudado como si quedaran cinco minutos para que acabe. Esta semana, Alemania se vio en la necesidad de asistir con un tanque de oxígeno, en el campo de juego, a su jugador estrella, el banco hipotecario Hypo Real Estate; Bélgica, Holanda y Luxemburgo tuvieron que prestarse ese mismo tanque para ayudar a Fortis y Dexia; Islandia, también, con Glitnir Bank (el caso islandés sí que es crítico: los pasivos de sus tres bancos más grandes equivalen a un 800% de su PBI). E Inglaterra tuvo que retirar (léase nacionalizar) del campo a Bradford & Bingley, un banco hipotecario. Los europeos, todo parece indicar, están entrando en verdadero pánico. Y a tanto debe llegar que Irlanda se vio obligada a asegurar todos los depósitos del sistema bancario (un 200% del PBI), algo que los estatutos fundacionales del BCE no permiten, y algo que lleva a la siguiente observación: ¿se puede llegar a un punto en esta crisis en el que no haya quién rescate a los rescatistas?
Como decía, esta crisis se encuentra en sus inicios, pero ya Europa tiembla… ¿Saben algo los burócratas en Estrasburgo o Frankfurt que el común de los mortales ignora? Sí, y podría ser esto: según el Fondo Monetario Internacional las inversiones inmobiliarias de los bancos europeos en los Estados Unidos equivalen a 75 centavos por cada dólar invertido por sus pares norteamericanos. A este riesgo, súmenle el de haber invertido en el sector inmobiliario europeo, que, según algunos medios, alcanzó niveles de especulación y “exuberancia irracional” sólo superada por la tulipmanía, en la primera mitad del siglo XVII. Y sigan sumando: se sabe que el punto máximo del ciclo inmobiliario norteamericano se adelanta en unos dos años al europeo (y ya se cumplió el tiempo). También se sabe que en los últimos diez años el índice real del sector vivienda en los Estados Unidos se disparó un 50%, pero lo hizo en un 155% en Inglaterra, un 122% en España, un 92% en Francia y un 70%, en promedio, en los demás países industrializados. (“Will housing boom outside U.S. soon go bust?”, Wall Street Journal, 27/setiembre/2007).
Si la naturaleza de esta crisis se redujera a un simplón tema regulatorio, ¿qué explica la situación en la que se encuentran los bancos europeos y chinos? Y si todo se redujera a un mucho mayor control de la economía y del sistema capitalista, ¿por qué colapsó el comunismo? Por último, si Europa se encuentra en una mejor posición social, política y económica que los Estados Unidos -como aducen los de la izquierda bohemia -, ¿por qué entonces, en los últimos meses, y desde que se profundiza la crisis, el euro se desploma, literalmente, en relación al dólar? ¿Por qué entonces el euro empieza a gritar “ruptura” en diferentes idiomas? Grita ruptura porque la viabilidad de cualquier moneda fiduciaria nace de la confianza que la gente tenga en ésta. Si pierde la confianza el mercado rápidamente le encuentra un reemplazo. Esto es precisamente lo que en forma embrionaria pareciera estarse gestando en Europa. Cada país que comparte el euro lo imprime dependiendo del tamaño de su economía en la región. El número de serie de cada uno de estos billetes viene precedido por una letra que indica el país de origen. Pues bien, los alemanes han comenzado a rechazar euros de procedencia española, italiana, griega y portuguesa. (“Support for euro in doubt as germans reject latin bloc notes”, The Telegraph (Londres), 13/junio/2008). Y esta posible ruptura monetaria se ve reflejada en el mercado de deuda pública, en el diferencial en tasas en relación a los Bonos del Tesoro alemán a diez años, el German Bund. En los últimos cinco años el spread promedio en los bonos españoles, italianos, griegos y portugueses, en relación al alemán, era de 0.15%. Súbitamente, y desde que se manifiesta la crisis en agosto del año pasado, este spread ha ido aumentando, y hoy ya supera el 0.85%. Podrá parecer una variación insignificante, pero para quienes conocen algo de la dinámica en el mercado de deuda gubernamental, esto equivale a un terremoto en la escala 7 de Richter. Para algunos, podrá parecer un sismo más, pero para otros que valoran la vida, probablemente, sea la hora de empezar a correr. Podrá ser o no el comienzo del fin del euro, quién sabe, pero sí es el fin del comienzo del gran Leviatán europeo. You can bet on that horse!
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