La crisis financiera originada en Estados Unidos significa, según los entendidos, los primeros síntomas de un inminente proceso de re ordenamiento del poder mundial de Occidente a Oriente.
El preludio es el enroque del vértigo mundial de los países centrales del Atlántico hacia las naciones de Asia: mientras Estados Unidos y Europa, con sus variantes particulares, fueron abandonando las políticas industriales activas y se conformaron progresivamente con vivir el sueño de opio de la especulación financiera, las principales economías asiáticas, con China e India a la cabeza, reorganizaron su base productiva, aceleraron su capacidad tecnológica, incrementaron su participación en el comercio mundial y elevaron sus reservas internacionales.
Ciertamente, en el corto plazo, la hegemonía de Estados Unidos no será plenamente sustituida. No obstante, Washington podría verse obligado a dimitir su tentación imperial y su ambición hegemónica para reducirse a un disminuido primus inter pares.
Las élites norteamericanas están conscientes de su enorme poderío militar, por lo que ceder su poder imperial sin hacer uso de esa enorme maquinaria de presión es una alternativa muy difícil de asumir con sencillez.
Pero las contradicciones y las presiones en el viraje que ha de significar este traslado de poder hacia las economías asiáticas van a significar, en lo sucesivo, mas de una interacción llena de fricciones y tensiones.
El poder mundial giró la última vez -de su centro, en Gran Bretaña, a Estados Unidos-, no sin antes hacer vivir a la humanidad dos grandes guerras mundiales que acompañaron ese movimiento económico, político y militar. Hoy, con nueve países que tienen más de 15.000 ojivas nucleares -equivalente en su capacidad destructiva a un millón de bombas como la lanzada en Hiroshima- no pueden, sin antes sumirnos en la más absoluta barbarie, definir el control del mundo apelando a la misma forma de disputa.
La historia de la política mundial nos muestra, de manera reiterada, que las grandes crisis reflejan, por un lado, y dinamizan, por el otro, cambios en la correlación de fuerzas. Al mismo tiempo que, las crisis más extremas exacerban viejas tensiones y generan nuevas querellas.
Es claro que el mundo al que nos dirigimos será cada vez más multipolar pero ello no significa necesariamente más seguro, ni mucho menos, más justo.
El preludio es el enroque del vértigo mundial de los países centrales del Atlántico hacia las naciones de Asia: mientras Estados Unidos y Europa, con sus variantes particulares, fueron abandonando las políticas industriales activas y se conformaron progresivamente con vivir el sueño de opio de la especulación financiera, las principales economías asiáticas, con China e India a la cabeza, reorganizaron su base productiva, aceleraron su capacidad tecnológica, incrementaron su participación en el comercio mundial y elevaron sus reservas internacionales.
Ciertamente, en el corto plazo, la hegemonía de Estados Unidos no será plenamente sustituida. No obstante, Washington podría verse obligado a dimitir su tentación imperial y su ambición hegemónica para reducirse a un disminuido primus inter pares.
Las élites norteamericanas están conscientes de su enorme poderío militar, por lo que ceder su poder imperial sin hacer uso de esa enorme maquinaria de presión es una alternativa muy difícil de asumir con sencillez.
Pero las contradicciones y las presiones en el viraje que ha de significar este traslado de poder hacia las economías asiáticas van a significar, en lo sucesivo, mas de una interacción llena de fricciones y tensiones.
El poder mundial giró la última vez -de su centro, en Gran Bretaña, a Estados Unidos-, no sin antes hacer vivir a la humanidad dos grandes guerras mundiales que acompañaron ese movimiento económico, político y militar. Hoy, con nueve países que tienen más de 15.000 ojivas nucleares -equivalente en su capacidad destructiva a un millón de bombas como la lanzada en Hiroshima- no pueden, sin antes sumirnos en la más absoluta barbarie, definir el control del mundo apelando a la misma forma de disputa.
La historia de la política mundial nos muestra, de manera reiterada, que las grandes crisis reflejan, por un lado, y dinamizan, por el otro, cambios en la correlación de fuerzas. Al mismo tiempo que, las crisis más extremas exacerban viejas tensiones y generan nuevas querellas.
Es claro que el mundo al que nos dirigimos será cada vez más multipolar pero ello no significa necesariamente más seguro, ni mucho menos, más justo.
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