Pocos economistas saben (no siendo la enseñanza de la historia una de sus pasiones) que ya hacia 1928 un cada vez más grande círculo de influyentes cognoscenti en Wall Street mostraba su preocupación por el creciente endeudamiento de los sectores público y privado en Estados Unidos. La gran diferencia entre el pasado y hoy yace en los montos y en las fuentes de financiamiento. En 1929, el año de la Gran Depresión, esta deuda llegaba a 180% del PBI; hoy llega a 320%.
En 1929, un 90% de la deuda era entre norteamericanos; hoy, poco más de la mitad es con acreedores internacionales. ¿Mediante qué proceso inimaginable de alquimia financiera (en reversa) una superpotencia pasa de ser dueña de su destino a creer ser dueña del mismo? Para entender el proceso se requiere retroceder hasta 1913, año en el cual se crea la Reserva Federal.
Sin un banco central que "artificialmente" cree dinero, el nivel de inversión en la economía está dado por el nivel de ahorros. Quien ahorra transforma el ingreso presente en mayor consumo futuro; y quien invierte transforma el ahorro presente en mayor producción futura. Un determinado nivel de ahorros, entonces, se convierte en un determinado nivel de inversión a una determinada tasa de interés. La inversión, en este caso, está respaldada por la producción (menor consumo presente).
Ahora bien, cuando un banco central utiliza los poderes que el monopolio de la creación del dinero le confiere y reduce la tasa de interés referencial, introduce una brecha entre el ahorro y la inversión. Ese menor costo del dinero aumenta la demanda por inversiones y reduce la oferta de ahorros. Esta vez, es aire y no producción lo que respalda estos mayores niveles de inversión.
No es ninguna casualidad, por cierto -según reporta la OECD-, que el ahorro de los hogares de los países industrializados como porcentaje de sus ingresos disponibles haya pasado de 12%, en 1990 a 5% en 2007. No es ninguna casualidad que en Estados Unidos, el país en el cual la Reserva Federal ha hecho un uso irresponsable e indiscriminado de ese monopolio, el ahorro de los hogares, hoy, sea negativo, igual que a comienzos de la Gran Depresión.
Tasas de interés artificialmente bajas estimulan la inversión y el consumo a costa de un menor ahorro. La relación bienes de consumo y bienes de capital se rompe. Sectores sensibles a variaciones en las tasas de interés, como minería e industria, empiezan a producir y producir… hasta que la sobreproducción se vuelve evidente, como en el sector inmobiliario, el automotriz y de bienes durables en Estados Unidos.
Aquí, el daño está hecho; por más que baje sus tasas, la Reserva Federal no puede deshacer todas esas casas, todos esos autos, todos esos bienes. Ahora pretende hacer lo mismo con el dólar. El "Almighty Dollar" está a punto de convertirse en el "American Peso", fina cortesía de su monopolista central.
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