lunes, 29 de septiembre de 2008

PEPE

Pepe es mi vecino desde hace años. No vive al costado de mi casa ni en mi cuadra. Vive a la vuelta. Pepe me ha demostrado que en esta vida nada es un obstáculo. El que quiere progresar lo hace. Recuerdo cuando jugábamos futbol en las calles sin asfalto. Pepe era el arquero estrella del equipo de la Morona. Como se lucia ante los dos pastos - arrancados de algún jardín - que simulaban dos travesaños. Volaba, no como el gato Purizaga claro (el mítico golero de Alianza), pero si con la misma vehemencia y fuerza. Pepe era un muchacho callado. Su mamá siempre estaba al pendiente de él. No le gustaba que lo cuiden en exceso.

En mis tiempos de adolescente, cuando solía sentarme en la banquita de lozetas de mi casa con los MTC, veía pasar a Pepe con su clásica muleta. Aquella legendaria herramienta que durante años le ha ayudado a sostenerse. Trasladarse de un lugar a otro no era una dificultad para Pepe, era un logro. Siempre lo veía de un lado a otro. En carnaval su presencia era notoria. La cara pintada, los brazos negros por el betún, el pelo rubio (como Goku) por el barro. Cireaba a las chicas que tenían la osadía de pasar por su vereda. Era un galán empedernido, aunque algo tímido. Ayer lo vi pasar después de mucho tiempo.

Ayer conversaba con una amiga en las misma banquita de lozetas de años pasados. El bajaba de un motocarro y trataba de acomodarse para empezar a caminar. De pronto se cayó. No sabia cual era la causa. Solo lo vi en el suelo sin poder levantarse por si solo. Me acerque para ayudarle. El me dijo que podía por si solo, que solo le ayudara a levantarse. Así lo hice. Segundos después le vi doblar por la Morona. Aun mantiene la misma cara (no ha cambiado casi nada). De aquel muchacho que jugaba con nosotros solo queda el recuerdo. Ahora Pepe vive la vida a su estilo. Lo que jamás podré olvidar, es que tú me enseñaste a caminar con la fe y no con las piernas.

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