jueves, 20 de noviembre de 2008

DESPIERTAME CUANDO PASE EL TEMBLOR

Siempre era un deleite pasar por esa estructura vetusta y colosal hecha de concreto. Imaginar con los protagonistas de las últimas producciones de Hollywood. Personajes que cobraban vida en la imaginación ilimitada de los niños y adolescentes que asistían a ese escenario visual. Al llegar a la puerta se podía apreciar carteles de películas de estreno como “operación dragón”, “retroceder nunca – rendirse jamás”, “5 dedos de furia” y “rambo” (en orden ascendente). Las paredes despintadas del interior hacían juego con la boletería semejante a un calabozo unipersonal. Las entradas costaban 5 soles. Eran los 90 y la tecnología cinematográfica estaba a años luz de nuestra ciudad. No existían los reproductores de DVD´s ni mucho menos los DVD´s. Era el tiempo del VHS y las cintas magnéticas. Y casi nadie podía comprar un VHS. El Perú estaba recuperándose de la crisis económica heredada por el primer gobierno de Alan García.

Si uno quería disfrutar viendo a Bruce Lee, Jame Claude Van Dan o Silvestre Stalone en pantalla grande, tenia que acudir al cine Bolognesi. Ese lugar ubicado entre las calles San Martín y Huallaga. Aquel sitio donde al pasar se podía ver el cartel de estreno en la parte superior de la construcción. Donde unas cortinas rojas y antiguas separaban la imaginación - de los curiosos - de la realidad. El guardián - al lado de las cortinas - pedía disciplinadamente tu ticket de entrada, sino tenias, pues simple, no entrabas. Al ingresar te parecía que el piso estaba inclinado hacia abajo. Existían tres filas de asientos blancos. Algunos en precarias condiciones. En verdad, eso era lo de menos. La gente se entusiasmaba en ocupar los primero asientos, los más cercanos a la pantalla blanca. El techo era alto e inalcanzable. En las paredes de los costados había ductos de ventilación que funcionaban cuando estaba de buen ánimo.
Había un segundo nivel en la parte posterior del recinto, ello para una mejor visión del film. Obvio que el número de butacas era limitado y casi siempre se llenaba. A espaldas de ese nivel se encontraba la sala de proyección. Jamás entre. Nunca vi quien manejaba los equipos, menos que equipos utilizaban. Lo único que recuerdo es un cuadrado en la pared semejante al círculo en la ventanilla de un banco. Los baños (sin dudar) eran deplorables. Uno hubiera preferido hacerse pipi en los pantalones antes que usar los servicios higiénicos. Hoy me detuve a observar el lugar que antes me hizo soñar. Lo vi tan desmejorado, tan vulnerable, tan desprotegido, tan olvidado. Siempre paso por esa zona cuando regreso de la universidad, hasta hoy no había notado la agonía de aquel armazón oxidado por el tiempo. Un complejo que albergo a tus padres, a tus amigos, a tus tíos, a niños (hoy jóvenes como yo) y a tus abuelos. Un centro de diversión y una fábrica de emociones. Un albergue de historias inimaginables que un día desapareció ante la arremetida de nuevas y mejores inversiones. Un lugar olvidado en el tiempo. Una casa que se quedo vacía cuando los hijos crecieron. Una construcción que hoy forma parte de las reliquias urbanas de la ciudad.

PD: Que piensan hacer en el lugar, esa esquina se esta desperdiciando. El terreno debería aprovecharse para algo productivo. Las puertas de acceso están clausuradas con ladrillos y cemento. Lo único a lo que le dan uso es el techo donde existe un panel de publicidad.

1 comentario:

El Chevere de la Selva dijo...

Recuerdo el aroma de espuma de asiento húmedo y oxido en su etapa de agonía, sin embargo no era impedimento para los amantes del cine (ni siquiera las ratas que parecen que gustaban del séptimo arte), finalmente ACCIDEL (del pirotécnico letrado Walter Alba) provoco el tapeo final de estas instalaciones, que coincido deberían darle buen uso (por qué no hacen un teatro municipal o algo inteligente).